El cine dominicano en la mira: lo que nos enseña el Oscar de Zoe

Se vale soñar, por Marc Mejía

¿Qué representa el Oscar de Zoe Saldaña para el cine dominicano?

Una afirmación rotunda: se vale soñar.

Zoe no solo ganó. Confirmó algo más profundo. Que un sueño nacido en esta isla, entre heridas y esperanza, puede conquistar galaxias, franquicias y estatuillas doradas. Su historia se volvió una declaración.

Cuando una tragedia la obligó a conocer el país, encontró refugio en el arte. En su caso, la danza. Aquí, en esta tierra rodeada por el mar Caribe y un océano Atlántico, aprendió a sanar, a reír de nuevo, a mirar el sol sin miedo. A moverse. A soñar.

“Cuando me atreví a reír y a soñar otra vez, a aceptar la luz del día, a bailar… lo hice aquí. En esta tierra. Y esta fue la tierra que me dio a mí el permiso y el derecho de soñar. Porque la sanación fue bien dominicana. Sin saberlo, sin saberlo.”

Pero se marchó. Porque entonces, el país no ofrecía los medios para construir ese tipo de futuro. Se fue con una maleta ligera, pero cargada de fe.

Los años pasaron. Se convirtió en Neytiri, en Gamora, en oficial de la Flota Estelar. En cada papel, dejó una huella. Y ahora, en la cima, nos devuelve la mirada. Nos recuerda: se vale soñar.

Yo lo recuerdo —por mi padre Pericles Mejía—: hacer cine aquí era lanzarse al vacío. Caótico. Difícil. Solo para los que no conocían el miedo. Pero hubo pioneros. Alberto Meléndez nos dio un pasaje de ida y nos mostró que era posible. Ángel Muñiz llevo a Balbuena a “Nueba Yol” llenó salas, rompiendo butacas de cine. Pinky, Alfonso Rodríguez, Che Castellanos, Archie López… junto a mi padre y otros cineastas más de la época que se atrevieron, abrieron camino para que se entendiera que este país puede hacer cine y de ese sueño se creó una Ley.

Hoy hay industria. Hay estructura. Hay formación. La ECTF en la UASD sigue firme, pero no está sola. Se le sumaron Chavón, PUCMM, INTEC, UNIBE y otras. Escuelas que ahora forman cineastas con hambre y con herramientas. Cada año, cientos salen de esas salas a filmar su vida, su país, su visión. Porque sí: se vale soñar.

En Hollywood, actores dominicanos brillan: Michelle Rodríguez, Dascha Polanco, Jharrel Jerome, Rhenzy Feliz,  Hemky Madera, Manny Pérez… Todos han cruzado fronteras. Todos saben que el talento dominicano no se queda quieto. También allá, se vale soñar.

En la orilla del sol, donde el Caribe abraza las costas doradas, la tierra de la República Dominicana se alza, vestida de montañas y palmeras. Aquí, también se sueña. Hay quienes se atreven a apostarlo todo y hacer del cine su sustento familiar. Héctor Aníbal, Nashla Bogaert y David Maler son el ejemplo más reciente. Vienen de protagonizar una película hablada casi completamente en inglés, pensada para conquistar mercados como Estados Unidos y Europa. Esa apuesta los convierte en una vitrina, una muestra de talento dominicano con potencial internacional. Y, al mismo tiempo, en un puente: una oportunidad para que productores extranjeros los vean, los reconozcan y los convoquen para futuras producciones, ya sea en sus propios países o en Hollywood. Un camino que también les permite soñar con éxitos y reconocimientos más allá de nuestras fronteras.

Y no están solos. El cine dominicano se expande. Desde distintas esquinas del país, nuevas producciones locales se filman con ambición y se abren paso en plataformas globales como Netflix, Max, Disney o Hulu. Historias nacidas aquí, habladas en nuestro idioma —o incluso en otros— que hoy son vistas en todo el mundo. Son ventanas abiertas al talento isleño, una vitrina internacional que confirma lo que ya sabíamos: se vale soñar.

España, por ejemplo, nos rindió tributo. El Festival de Cine de Málaga nos nombró País de Honor. Películas como Olivia y las nubes o Sugar Island ganaron premios. La mirada internacional está sobre nosotros.

Y detrás de cámara, la revolución también avanza. Nelson Carlo de los Santos, con Pepe, ganó el Oso de Plata en Berlín. Primer latino en hacerlo. Con su cine experimental, con su lenguaje libre, volvió a gritar: la República Dominicana sueña. Y su cine también.

Zoe fue homenajeada por el Congreso, la Presidencia, los cronistas de arte, instituciones tanto públicas como privadas y personalidades del país. No por cortesía, sino por lo que representa: un punto de llegada. Y de partida. Una señal de que el cine dominicano ya no es promesa: es presente.

Como ocurrió con la pelota. Durante décadas, niños en cada rincón del país le dijeron a sus padres: “Quiero llegar a Grandes Ligas”. Y en 1983, Juan Marichal convirtió ese anhelo colectivo en posibilidad real. Fue exaltado al Salón de la Fama, el primero de los nuestros en alcanzar la cima del béisbol mundial. Con él, aprendimos que se vale soñar.

Tuvieron que pasar 32 años para que otro dominicano entrara a esa historia. En 2015, Pedro Martínez se unió a esa élite. Luego llegó Vladimir Guerrero en 2018. Y David Ortiz en 2022. Con ellos, el libro de la inmortalidad en Cooperstown empezó a teñirse de azul, blanco y rojo. Íconos que no solo brillaron por su talento, sino porque abrieron puertas y encendieron nuevas aspiraciones. Hoy, son decenas los prospectos que siguen ese camino, reafirmando que también desde el diamante, se vale soñar.

Hoy, Nicole y Kelvin miran el horizonte con otros ojos. Le dicen a sus padres:
“Papi, mami… quiero ser como Zoe. Quiero estudiar cine. Quiero ganar un Oscar.”

Y esta vez, nadie se ríe. Porque ya no suena imposible. Porque ahora lo sabemos:

se vale soñar.

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