Cuando, en 1927, se estrenó The Jazz Singer como primer filme sonoro, se sentaron las bases para el surgimiento de uno de los géneros musicales más representativos del cine estadounidense: el musical.
Sin embargo, fue el desplome de la bolsa de valores en octubre de 1929, cuando se inició una década de crisis en la economía estadounidense, el que proporcionó un entorno fértil para los musicales. En ese momento despuntaron carreras como las del coreógrafo Busby Berkeley, en producciones que capturaban la energía desesperada y febril que desprendía la gente frente a la gran depresión, y la de Fred Astaire, quien se convertiría en el icono del género musical de la época.
Durante este periodo el cine musical se caracterizó por celebrar el dinero y la vinculación entre este y el sexo, en películas como Gold Diggers, de 1933. Aunque no se puede dar por hecho que todos los musicales de esta década solo trataban de opulencia, sexo y escapismo.
En la década de 1940, toda la industria del cine estuvo afectada por una crisis debido a la segunda guerra mundial; así, el musical adoptó un tono militante con piezas rebosantes de patriotismo y sentimentalismo. Y aunque Hollywood se vio limitado por el cierre de los mercados europeos, simplemente se obligaron a mirar al mercado latinoamericano, provocando un mini boom de musicales con aire latino, tipo Down Argentine Way, de 1940, que tuvo como protagonista a Carmen Miranda.
Después de la guerra, las películas biográficas continuaron construyéndose alrededor de las vidas de cantantes o compositores, con un gran componente de ficción. En este contexto se estrenó en 1952 Singin´ in the Rain, con Gene Kelly, Debbie Reynolds y Donald O´Connor como protagonistas; un musical de cine dentro del cine lleno de nostalgia, que se convirtió en la décima película más taquillera de ese año.
En 1955 llegó a la gran pantalla la versión del musical de Broadway Oklahoma, el cual obtuvo dos premios Oscar y confirmó la relación directa que existía y aún existe entre Broadway y Hollywood, que en ese entonces colaboraron de manera fructífera en varias producciones. El éxito alcanzado por estos filmes musicales de las décadas de 1950 permitió que estrellas del cine y la música como Frank Sinatra y Doris Day se enfrentaran a papeles consolidados, e incluso dieron chance a que desfilaran por el género actores que no eran cantantes, como Marlon Brando.
Al final de la década del 50 los musicales fueron disminuyendo en cantidad, pero surgieron éxitos como West Side Story en el 1961, y The Sound of Music en 1965.
A pesar de estar estrechamente vinculados a la edad de oro del cine estadounidense, los musicales, lejos de desaparecer cuando concluyó el sistema de estudios, modificaron su formato. Aunque el esquema tradicional no desapareció del todo, sí se modificó ligeramente para un público contemporáneo que abrazó nuevos tipos, con la finalidad de explorar temas y tendencias contemporáneas y como una plataforma para nuevos estilos de música.
De esta manera, el musical se adaptó a un rodaje tradicional y a una perspectiva escapista de la realidad, y las producciones empezaron a reflejar los movimientos de contracultura que proliferaron en la década de 1960, en obras como Jesus Christ Superstar, de 1973 y Hair, de 1979. Aunque con una estructura narrativa convencional, estas películas fueron polémicas por romper tabúes acerca de la desnudez, la sexualidad y la política.
El cine musical, sin embargo, empezó una baja en las listas de rentabilidad de los estudios, lo que provocó que cada vez se filmaran menos musicales.
A finales de la década del 60, Bob Fosse se convirtió en el principal motor del género, dándole una frescura que lo ayudaría a recuperar lugares en las listas de popularidad. Coreógrafo de formación, Fosse creó un estilo único usando cada miembro del cuerpo para acentuar el movimiento de un bailarín, además de que sustituyó los conflictos románticos típicos de los musicales por problemáticas sociales complejas.
A partir de los años 70 este tipo de producciones se mostraron más variadas, tanto en temática como en estilos musicales, tal como se demuestra en el abanico de opciones que surgieron; Grease de 1978, Saturday Night Fever, estrenada en 1977, Fame, de 1980, Footloose de 1984, Dirty Dancing, de 1987, Evita en 1996 y Moulin Rouge en 2006, por mencionar algunos.
Actualmente los estudios Disney son probablemente los que más se benefician del género, ya que la mayoría de sus películas animadas están construidas sobre el esquema del cine musical, que incorpora canciones que van concatenando la trama de la película.
Sin embargo, y a pesar de que esporádicamente llegan a la gran pantalla propuestas espectaculares, el cine musical no está ni cerca de la popularidad alcanzada en sus primeros años. Lo cual, no obstante, no es razón para empezar a despedirlo, dado que es un género que ha sabido reinventarse y sobrevivir a través de las crisis.
Por: Marthaloidys Guerrero