El pasado lunes, a la edad de 98 años, fallecía en su domicilio de Dorset (Inglaterra) uno de los más grandes directores de fotografía de todos los tiempos: el británico Oswald Morris, responsable de la impecable factura de títulos como Los cañones de Navarone, Oliver, El hombre que pudo reinar, La huella o Cristal oscuro (su última película).
Pese a estar nominado en varias ocasiones, Morris solo ganó el Oscar una vez, concretamente por su trabajo en El violinista en el tejado (1971), un filme al que quiso dotar de una textura arcillosa que transmitiera el apego a la tierra y para el que recurrió a un truco que posteriormente le robaría Sara Montiel: cubrir con una media de seda la lente de la cámara.
Para aquel entonces Oswald “Ossie” Morris, que siempre fue por libre y nunca se comprometió con ningún estudio, ya era uno de los grandes nombres de la profesión. Había rodado su primera película como director de foto en 1950 (La salamandra de oro) pero fue dos años después cuando realizaría el filme que cambiaría su status dentro de la industria: Moulin Rouge.
El biopic de Toulouse-Lautrec supuso su primera colaboración con John Huston, con quien coincidiría en nueve películas más (su biografía se tituló Huston, we have a problem). El director americano quería que su película tuviera el mismo look que los cuadros del pintor y Morris tuvo que recurrir a varios trucos para ampliar las posibilidades cromáticas del Technicolor, un sistema que no le daba los matices que necesitaba para crear ese efecto.
Cuando los responsables de Technicolor vieron las primeras imágenes, rodadas entre máquinas de humo y con unos filtros que dispersaban la luz y le daban a todo un aspecto neblinoso, montaron en cólera al considerar que se trataba de una adulteración de su marca. Huston y Oswald se mantuvieron firmes (después de, según la leyenda, dedicarles a los ejecutivos un cariñoso “fuck you”) y el tiempo les acabó dando la razón. De hecho Moulin Rouge, por la forma en que rompió sus propias barreras, acabó siendo una de las películas favoritas del inventor del sistema, Herbert Kalmus.
Morris seguiría experimentando en nuevas películas, como por ejemplo Moby Dick (1956), en la que combinó imágenes desaturadas en color con imágenes en blanco y negro, logrando así captar la apariencia de un grabado victoriano.
Además de con John Huston, Morris trabajó con muchos otros grandes directores, entre ellos nuestro protagonista de este mes en TCM: Stanley Kubrick, para quien rodó Lolita en 1962.
Dado el carácter enfermizamente perfeccionista de Kubrick, la relación no fue todo lo buena que debería haber sido. Y es que Morris, un profesional con años de experiencia, no estaba acostumbrado a que el director se aventurara en territorios que tradicionalmente eran competencia única del director de foto. “Solíamos pelear”, recuerda Morris en el libro que el crítico Richard Corliss escribió sobre la película. “Todo se volvió un poco aburrido, con Kubrick cuestionando continuamente cualquier detalle referente a la luz”.
Afortunadamente, esas desavenencias y ese exceso de celo por ambas partes no afectaron al resultado final del filme, que, como podréis volver a comprobar el 29 de marzo en el maratón Kubrick que hemos preparado, luce maravillosamente en el apartado visual. Estando de por medio el metódico director de 2001, no podría haber sido de otra manera
Fuente: canaltcm.com