‘El silencio de los corderos’, por la que ganó el Oscar a mejor dirección, ‘Stop Making Sense’, ‘Heart of Gold’ y ‘Philadelphia’ fueron sus películas más conocidas
Hubo muchos Jonathan Demme, todos interesantes, aunque no todos conocidos. Dirigió El silencio de los corderos y Philadelphia, pero también Heart of Gold o Stop Making Sense, obras maestras del rock en el cine. Humanista, viajero, cinéfilo, de una educación exquisita en el trato con quien le rodeaba, gastrónomo, y sobre todo y ante todo amante de la música. Contó con amigos por medio mundo, entre ellos Pedro Almodóvar, Bernardo Bertolucci, Laurie Anderson y Chema Prado, exdirector de la Filmoteca Española. Por supuesto, David Byrne y Neil Young. Porque Demme, que falleció ayer a los 73 años víctima de un cáncer de esófago, “era muy de piel”, apuntaba tras conocer su muerte Prado, que le recuerda como “el tipo más adorable del mundo, tierno, culto, muy mediterráneo con sus amistades”. “Ha tocado todos los palos con éxito. En realidad, no se le podía etiquetar más allá de que no parecía muy americano. Estaba como aparte del resto del mundo”.
El silencio de los corderos merece un aparte. En 1991 se llevó los cinco oscars principales (Película, dirección, guion, actor y actriz), la tercera y última vez que se ha logrado este repóquer. “Cuando ganas el Oscar, durante un tiempo la gente cree que sabes lo que estás haciendo”, contaba. “Para mí, El silencio de los corderos fue la llave para convencer a los grandes estudios para hacer películas que de otro modo nunca habrían financiado”. Y así consiguió que un gran estudio financiara una película sobre el sida (Philadelphia) y otro un filme sobre la esclavitud (Beloved). A su vez, se hizo popular por rechazar multitud de grandes producciones. “De Philadelphia me arrepiento de haber recortado tanto en montaje al personaje de Antonio Banderas. Su hubiera ido íntegro, su carrera en Hollywood habría ido por otro lado, por dramas más de autor y candidatos al Oscar”. Ayer, el malagueño recordaba: “Se ha ido uno de los grandes. Tuve la oportunidad de trabajar con él en una película necesaria y brillante como Philadelphia. Un tipo valiente que supo leer la historia del tiempo que le tocó vivir y trasladarlo a la pantalla”.
El neoyorquino siguió filmando en el siglo XXI a Neil Young gira tras gira (entre esos trabajos brilla el soberbio Heart of Gold), haciendo películas para grandes estudios (como sus versiones de Charada retitulada La verdad sobre Charlie, o El mensajero del miedo –“La rodé en el clima posterior al 11-S, cuando el gobierno de Bush estaba lavando el cerebro a los americanos y utilizando el miedo como arma política para justificar la guerra de Irak. El momento no podía ser más pertinente”-) y dirigiendo sus documentales políticos y sociales: sobre Haití, sobre Jimmy Carter… “Para que la democracia funcione todo el mundo debería implicarse en los grandes asuntos sociales”, defendía.