No sólo de series vive Netflix, el gran videoclub online del mundo pretende también tomar el mando de la industria de cine, estar presente en los festivales más importantes del mundo, ganar Oscars… A su manera, claro.
La estrategia de la compañía consiste en hacerse, a golpe de talonario, con derechos de películas en exclusiva para su catálogo. Algunas las producen desde cero (han anunciado el estreno de 80 películas originales para 2018), pero otras las adquieren cuando ya están en preproducción, rodaje o posproducción y otras directamente las compran ya terminadas cuando se presentan en reputados festivales como Sundance o Toronto.
Con la entrada de Netflix en estas producciones, estos filmes pasan a ser rentables automáticamente y los productores no se juegan el éxito o fracaso de su inversión al resultado de la taquilla. Sus obras ya sólo se verán en Netflix. Y punto y final.
Pero este agresivo sistema también cuenta con un daño colateral: el cine de Netflix cuaja menos en el recuerdo del público, pues su vida de promoción es corta. Netflix promociona sus títulos antes del lanzamiento en su plataforma, lanza su artillería de titulares y, luego, los olvida. Next. Llega lo siguiente y se entierra lo anterior en una maquinaria imparable. Y muchas películas acaban sepultadas sin más en su catálogo cada vez más amplio, como una más, sin entidad, sin capacidad para diferenciarse de muchas otras producciones. Porque no todas las películas son iguales, no todas nacen con el mismo nivel de ambición ni todas tienen el mismo poder de impacto.
Se termina, así, con el tradicional protocolo del cine clásico: primero un posible paso por festivales, después el estreno en las salas en su país de origen, con una campaña adecuada y con su mayor o menor repercusión y mantenimiento en cines, para, más tarde, pasar al lanzamiento del DVD o la distribución internacional y, al final, la posibilidad de la emisión en televisión. Con su modus operandi, Netflix termina con la experiencia de sentir y descubrir el cine en sus diferentes fases.
Este tradicional ritual posibilita una visibilidad extra a las obras cinematográficas con un recorrido que se mantiene en la memoria colectiva durante un importante periodo de tiempo. Tiempo en el que se intenta mantener la conversación sobre la película y una estrategia comercial de marketing.
Netflix, en cambio, es todo en uno. Llega la película, se vende su aterrizaje en el ‘bajo demanda’ y, sólo unos días después, esta misma cinta queda relegada en la marabunta de contenidos, muchos buenos pero también otros muchos mediocres o infumables, que sostiene el gran videoclub online.
Dustin Hoffman, ¿sin Oscar por el efecto ‘Netflix’?
Tenemos ejemplos recientes: Okja, de Bong Joon-ho, y The Meyerowitz stories, de Noah Baumbach. Ambas películas, con directores reputados, tenían sus objetivos en un estreno en salas y una distribución tradicional, pero fueron adquiridas por Netflix durante su posproducción. Gracias al renombre de sus directores, fueron seleccionadas en el Festival de Cannes, lo que despertó el debate de si el cine que no pasa por los cines debe estar presente en festivales, con el consiguiente y controvertido cambio en las propias bases de selección de Cannes (a partir del próximo año, sólo concursarán producciones con distribución garantizada en salas).
Polémica aparte, el resultado es que Okja se estrenó en Netflix el 28 de junio y Dustin Hoffman lo hizo el pasado 13 de octubre. ¿Has escuchado hablar de The Meyerewitz stories o la has visto promocionada? La nueva película del director de Frances Ha cuenta con una brillante interpretación de Dustin Hoffman que bien podría haberle llevado a una nueva nominación al Oscar si no fuera porque la película se ha estrenado en Netflix como una más. Sus posibilidades ahora son nulas.
El titular efectista e instantáneo merma la visibilidad del cine
De hecho, en el catálogo de Netflix cuesta hasta encontrar títulos específicos cuando no son sus series originales norteamericanas y estandarte de la empresa. Incluso cuesta encontrarlos el mismo día que se estrenan, que es cuando de alguna forma deberían estar destacados en el catálogo. Y se propicia que títulos españoles como Fe de etarras, producción de Netflix, sean más invisibles de lo que serían en la distribución tradicional y pasen desapercibidos para gran parte de su público potencial más allá de la comidilla tuitera. Da la sensación, por momentos, de que a la compañía le interesaba más el ruido mediático que hizo con un provocador cartel gigante en San Sebastián (el de “yo soy español, español, español” con los “español” tachados) que el hecho de que la propia película se vea.
Doble arma para los estrenos
Evidentemente, los tiempos han cambiado y deberán cambiar, y es obvio que Netflix, con su inmenso poder financiero, está permitiendo que se haga mucho más cine, y también cine distinto y con riesgo. Es el caso mismamente de Fe de Etarras, proyecto que llevaba años danzando por las productoras y cadenas españolas sin que nadie quisiera producirlo. Pero el poder de Netflix también puede ser una doble arma para los estrenos, sobre todo en el caso de las producciones más de autor o de vocación independiente.
La entrada del capital de Netflix hace rentable el filme pero, al mismo tiempo, corta sus alas de visibilidad y merma su vida en el mercado audiovisual y, sobre todo, en la memoria del espectador, pues se impide que posibles éxitos de autor lo sean al perderse entre un extenso catálogo que no recibe más promoción que buscar el titular efectista justo antes del lanzamiento. Porque no es lo mismo que una película se pierda en un catálogo inmenso tras dos años de recorrido en otras ventanas que el hecho de que se pierda en esa marabunta desde el día uno. Y, a la hora de incorporarlas a ese catálogo, Netflix trata igual a The Meyerewitz stories, a Pieles de Eduardo Casanova y a La Babysitter, otra de sus producciones recientes que no es más que un intrascendente entretenimiento comercial de risas y gore.
Como consecuencia, esto puede afectar a la salud del cine español dentro de una compañía ansiosa de hacerse en exclusiva con derechos de emisión para contar con más cantidad de producto en su catálogo: más series, más películas, que hay que alimentar a la bestia de más de cien millones de clientes en el mundo. Lo de la calidad ya luego es más relativo. Pero los nuevos directores y la producción española en concreto también necesitan una visibilidad más duradera para afianzarse en los nuevos sistema de consumo. O el público no se enterará ni podrá decantarse por un contenido u otro más allá de ponerse a dar al play de su Netflix aleatoriamente. Habrá que hacer un equilibrio divulgativo para que esa oferta brille, se destaque y se diferencie en plataformas. Para que encuentre su lugar, vaya, porque no todo el cine se hace para ocupar el mismo lugar en una amalgama de títulos simplemente ordenados por género. O el cine español de autor tendrá más difícil su crecimiento, pues irá quedando relegado al olvido.
Fuente: https://www.lainformacion.com