Sitges celebra su quincuagésimo aniversario tratando de no quedar ahogada por el convulso momento político que se vive en Catalunya.
Ya hemos aterrizado en Sitges dispuestos a vivir once días del mejor cine fantástico (y de terror) o, como solemos decir en el Festival que dirige Àngel Sala desde 1999, vamos a ver toda la producción de género del año 2017 (poco o nada queda fuera de sus límites). Porque ya sabéis que Sitges es sinónimo de rave cinefílica, una caos no exento de diversión con cuatro cines proyectando simultáneamente películas a los que la prensa sólo puede acceder bajo reserva previa de entradas –a las 7AM del día anterior-, una competición oficial de 34 títulos, no-sé-cuantas secciones indiscernibles entre sí y, en general, una continua sensación de estupidez congénita por no tener ni idea de si lo que ves es lo importante o está siendo proyectado en otra sala en ese mismo momento. La temática de este año, cómo bien indica el cartel, es Drácula –se van a proyectar distintas adaptaciones cinematográficas del clásico de Bram Stoker (ya os digo que será de lo mejor del certamen)-, aunque viendo lo que sucede en Catalunya desde hace semanas (y lo que está por venir), quizás hubiera sido más adecuado repetir la temática apocalíptica del año pasado.
Guillermo del Toro, uno de los cineastas más queridos del festival, ha sido el elegido para inaugurar Sitges con su última (y maravillosa) película: La forma del agua, que viene de recoger el León de Oro en el Festival de Venecia (algo inaudito: que una película fantástica gane un Festival de Clase A). Su mejor película desde El laberinto del fauno (2006) –o, simplemente, su mejor película y punto-, La forma del agua nos devuelve a un storyteller en plenitud de facultades: Del Toro, 100% cinemaníaco, amante desorbitado del género (y perfecto conocedor de sus normas, fugas y vericuetos), ha creado una fábula bellísima, a medio camino de la monster movie romántica –no anda lejos, por momentos, de La bella y la bestia (1946) de Jean Cocteau (y René Clément)- y el relato pulp de espías en la guerra fría, con un inmenso Michael Shannon como villano de la función (de la CIA, of course).
La película sigue los pasos de Eliza -maravillosa Sally Hawkins, la actriz de Happy, un cuento sobre la felicidad (2008) transgrede todos los (rancios) estereotipos de heroínas ingenuas para convertirse en un icono de mujer valiente y poderosa, pese a su aparente fragilidad-, una joven muda (con cicatrices en el cuello como branquias) que trabaja en el servicio de limpieza de unos laboratorios secretos del gobierno donde tienen escondida a una misteriosa criatura marina a la que militares y médicos someten a continuas torturas (como no podía ser de otra manera, la estética de la bestia sigue el patrón de Jack Arnold en La mujer y el monstruo (1954)). Porque pese a que en el epicentro de esta película se haya una historia de amor que trasciende el mundo de lo físico, La forma del agua también es un acojonante relato sobre los miedos que nos atenazan. Ya sean metafóricos –la amenaza nuclear- o reales –homofobia, xenofobia, violencia machista-, el espectador vivirá junto a la protagonista el cambio que implica el enfrentarse a aquello que puede resultar más horrorosa aplicando como motor del cambio el más sublime de los amores. Del Toro nos dice que es mucho más fácil vivir dentro de las cuatro esquinas de la gran pantalla que en el mundo real –Eliza y su vecino, pasan las horas huyendo de su realidad entregándose al cine musical clásico-, pero no por eso hay que conformarse y seguir aceptando los golpes de unos y otros. Por eso la aventura que propone el film es absoluta: aunque sea en un contexto puramente fantástico y con la serie B de los años 40 como principal referente estético, la épica romántica de la cinta sublima su mensaje sobre la rebelión y la valentía. Por eso esta película es tan emocionante. Por eso, también, es tan importante.
Inaugurando la heterogénea sección de Noves Visions nos encontramos, bien pronto, con la primera grata sorpresa del festival (que la peli de Del Toro era buena se veía a la legua): Most Beautiful Island, debut en la dirección de la actriz española Ana Asensio. Producida por Orion y Samuel Goldwyn Films –sólo ver los logos de las míticas empresas uno ya sonríe a la pantalla-, esta sorprendente ópera prima, enigmática, visceral y sensual a partes iguales, parece una versión cassavetiana de 13 Tzameti (2005). Muy influenciada por la ola norteamericana (costa este) de los años 70, la película sigue los pasos de una española que sobrevive (como bien puede) sin papeles en Manhattan. La denuncia social en tiempos de Trump, sin embargo, es lo de menos, lo interesante será la serie de desdichas –y la puesta en escena que las acompaña- que llevarán a la mujer, interpretada por la propia Asensio, a acabar atrapada en una extraña fiesta que haría las delicias del Carlos Vermut de Magical Girl (2015). Ganadora del Festival de Austin SXSW, Most Beautiful Island es, junto a Selfie (2017), Verónica (2017) y La llamada (2017), una de las mejores sorpresas de nuestro cine reciente.
Fuente: http://www.sensacine.com/