Protagoniza versión hollywoodense del drama de los mineros chilenos que se graba en Nemocón.
Lo tenía decidido. Hernando Aguacía estaba determinado a ser parte de Los 33, la película de Hollywood que se rueda en Colombia, así fuera detrás del rostro de Antonio Banderas, de extra, sin parlamento, no le importaba. Solo estar ahí, rodando a 90 metros de profundidad en la mina de Nemocón.
La cosa estaba difícil. Los extras ya habían sido contratados y Hernando, un campesino orgulloso de su campo, se veía ya por fuera de la producción que contará la historia de los mineros de Chile atrapados bajo tierra en una mina de Copiapó, en el 2010.
Pero algo cambió un día cuando andaba repartiendo leche en su bicicleta, como casi todas las mañanas.
“Don Hernando, ¿usted tiene una vaca?”, le preguntaron.
Y sí tenía. Tres, para ser exactos. Una de ellas era mansita, de manchas cafés, de 350 kilos y 1,60 de altura: tal como la necesitaban en la película. Se llama Natasha.
Le tomaron fotos y video para que la directora de Los 33, Patricia Riggen, la aprobara. El requisito era que fuera tranquila. La eligieron y comenzó la preparación. La vaca entró cinco veces a la mina antes de su escena, para que se acostumbrara a la oscuridad y no se asustara, mientras Hernando la ponía bonita, la bañaba y peluqueaba, esperando el llamado.
“Yo solo pensaba: ‘¿Y si se caga?’ Esa era mi única preocupación”.
Llegó el lunes, día de rodaje, y Natasha fue bajando al socavón por donde desfilan cada día los actores y otras doscientas personas de la producción. Lo hacía sobre un camino de aserrín para que no se resbalara y así llegar a la escena, titulada ‘Los mineros se comen la última lata de atún. Fiesta y alucinación’. Adentro de la mina, Natasha se convirtió en Muñeca. Comenzó el rodaje y ella se dejó ordeñar por el actor mexicano Tenoch Huerta, que interpreta al minero Carlos Mamani, quien en medio de su delirio imagina que el animal llega a la mina y ellos tienen leche y comida para repartir.
“Se manejó muy bien, solo hizo tres tomas. Y repitieron, pero porque el actor no la supo ordeñar”, dice muerto de la risa el dueño de la vaca.
Luego vinieron las fotos. Antonio Banderas la toreó y le hizo un cumplido: “Tenéis una vaca muy guapa”, rememora Hernando, imitando el acento español. “Así fue como mi vaquita actuó en Los 33, de alguna manera no me quedé por fuera. Y claro, se cagó”.
Los 33 es la primera película que se rueda en Colombia después de la firma de la Ley de Cine, que les otorga incentivos a los productores que elijan el país como escenario y contraten trabajo local. Y la mina de sal de Nemocón fue escogida por los productores estadounidenses después de mirar socavones en Bolivia y Chile.
“Pensamos en construir un estudio en Chile, pero eso hubiera sido muy costoso. Y conocimos la mina de Nemocón, que es tan grande que tenemos muchas opciones para hacer escenas, y nos sentimos seguros”, dice el productor, Edward McGurn, mientras camina por un parqueadero convertido en campamento base con un contenedor para cada actor principal.
Ahí se ve al chileno Alejandro Goic ensayar una veintiuna con un balón, pues encarna al minero futbolista Franklin Lobos; al colombiano Gustavo Angarita (Mario Gómez, el minero enfermo) con una barba blanca espesa, esperando su llamado; o a Juan Pablo Raba (Darío Segovia, hombre que enfrentó el alcoholismo en la mina).
“El diablo está en los detalles”, dice Raba al mostrar el brazo en el que un argentino dibuja con maestría los mismos hongos que sufrieron los mineros reales.
Todos se ven flacos, casi irreconocibles. Con unas mantas oscuras y barbas largas, emprenden camino hasta la mina por una pequeña cuadra que la separa del campamento. Hicieron una estricta dieta para retratar la pérdida de peso de los mineros, y solo la rompieron para comer fritanga por invitación del alcalde de Nemocón.
“Como verás, no estamos muy glamurosos, pero todo es tan real que nos ayuda para los personajes”, se burla el estadounidense Lou Diamond Phillips, y se mete al socavón. Cuesta pensar que es el actor de La bamba o de Jóvenes pistoleros.
Dentro de la mina, la sensación de encierro y oscuridad se fortalece cuando se ven en un refugio, idéntico al de los mineros de Chile que el mundo conoció por televisión, la pancarta de ‘Estamos bien’, las cartas a sus esposas y hasta la cápsula de rescate Fénix, que los sacó tras 69 días.
Suena un timbre, todos corren, alguien pide silencio, nada muy distinto a cualquier rodaje. La diferencia es que lo hacen encerrados durante 11 horas diarias y con el calor de las luces, que obliga a los maquilladores a retocar a los actores más de lo usual.
“Escena 264. Sec. 146 parte”, dice la claqueta. Banderas, que interpreta al minero líder, Mario Sepúlveda, aparece frente a los actores apiñados para la escena; llega bromeando con gesto amanerado y, al verlo, todos se ríen.
“Mineros, les habla el presidente de Chile, sé que tengo voz de mujer, pero soy el presidente”.
Patricia Riggen hace la voz, que luego cambiarán por la real, en la escena en que el mandatario saluda a los mineros atrapados, les envía la fuerza del presidente Obama y les cuenta que no podrán rescatarlos tan pronto como quisieran. Un quiebre en la historia real. Banderas responde en inglés, pero con un acento ligeramente chileno y un tono bajo: “Que sí, señor presidente, que está bien, que van a esperar”, respuesta que, al menos en la ficción, le genera roces con sus compañeros.
Banderas ‘hace el tonto’
“La historia que estamos relatando es una de las que se sabe el final; entonces, lo que tenemos que hacer es reflexionar sobre lo que allí pasó, es como ponerle una lupa a la condición humana”, dice Banderas, dentro de la mina.
La película se enfoca solo en ocho de los 33 mineros, pero no pretende ser un retrato documental, sino un acercamiento a lo emocional.
En la mina, el rodaje suena a muchos acentos: peruanos, chilenos, mexicanos –además del idioma inglés–. Todos trabajan en la película junto al equipo colombiano de la productora Dynamo, artífice de que parte del filme se ruede en Colombia.
Hay un ambiente relajado. Por momentos, Banderas baila o, como él mismo dice, “hace el tonto”.
Sin duda, él es quien capta la atención de los habitantes de Nemocón, un pueblo tranquilo de 13.000 habitantes que ya está acostumbrado a las cámaras –allí se han grabado producciones como El Zorro, Chica vampiro, Gacha y El capo 1–. Algunos de los más cercanos a la producción muestran con orgullo en sus celulares una foto con el actor. Que es muy querido, que anda con dos policías y dos escoltas, que se hospeda en Zipaquirá, que comió el plato del minero: morcilla, chunchullo preparado en horno de sal… Pero pocos han podido verlo en realidad.
El paso de Los 33 por Nemocón se nota quizá en las puertas de los dos hoteles del pueblo, con letreros de ‘no hay alojamiento’, o en el trabajo que han conseguido algunas personas: Orlando Parra, que alquiló su parqueadero; su hermano, que transporta a los actores; doña Esperanza, que se encarga de la papelería, o Miguel y Santiago, del catering.
La película se irá pronto. En febrero continúa el rodaje en el desierto de Atacama, en Chile, donde se harán las escenas de los mineros en la superficie. Allá ya buscan unos 1.000 extras. Seguro habrá alguno que, como Hernando Aguacía, el dueño de la vaca, sueñe con participar. Por ahora, se sabe que parte de la escenografía, unos cascos firmados, una galería de fotos y unas placas con los nombres de los actores quedarán como recuerdo de la película de Hollywood que pasó por allí.
Entrevista
‘Allí pasaron cosas que nos pueden enseñar sobre nosotros’: Banderas
¿Qué tal la experiencia?
Encontramos un equipo bien preparado. Trabajar en la mina no es fácil; la falta de luz que vivieron los mineros implica un problema a la hora de relatar lo que allí ocurrió desde el punto de vista visual, pero al mismo tiempo la mina nos está dando mucho. Si esto hubiese sido un decorado, no sería suficiente, todos los elementos que están aquí son reales y eso nos sirve para meternos en nuestros personajes.
¿Cómo ha sido abordar una historia tan conocida como la de ‘Los 33’?
La que estamos relatando es una historia de la que ya se sabe su final. Cuando Shakespeare escribió Julio César, probablemente ninguna de las líneas de su obra habían sido dichas por Julio César, Bruto o Marco Antonio; él utilizó un hecho histórico real para reflexionar en su momento sobre el poder. A nosotros nos ocurre lo mismo, porque tenemos que enfrentar una realidad, y es que es probable que haya 33 películas, una de cada uno de los mineros, y también las de los que estuvieron afuera, de las familias, del pueblo que se montó.
Por lo tanto, lo que tenemos que hacer es reflexionar sobre lo que allí pasó, es como ponerle una lupa a la condición humana. Todos viajamos por la vida con una maleta cargada de miserias y grandezas; y en momentos extremos como estos, donde la muerte es una constante diaria, esas cosas florecen. Allí pasaron cosas que nos pueden enseñar sobre nosotros mismos. Creo, por lo que hemos podido rodar, que va a ser una película muy emocionante.
Pero tiene también un tono cómico…
Porque el drama y la vida son así. Si nosotros nos hubiéramos empujado una película trascendental, la gente la rechazaría; además, estas personas son mineros y se relacionan de una manera muy específica. Allí pasaron cosas muy dramáticas y otras muy divertidas.
Fuente: eltiempo.com