En los festivales de cine no hay nada que guste tanto como una buena dosis de escándalo, ni a quienes los organizan ni a quienes asisten a ellos, y eso convierte al argentino Gaspar Noé en un caramelo. En Cannes, después de todo, aún se acuerdan de la presencia mediática que les proporcionó la controversia generada por su decisión de programar Irreversible (2002), que incluía el primer plano de una cabeza golpeada con un extintor hasta ser aplastada y, particularmente, a Monica Bellucci salvajemente violada durante 9 minutos.
Es normal que a su cuarta película, Love, se le tuviera ganas desde que la prensa empezó a catalogarla de pornografía nada más conocer de su existencia pero, sobre todo, desde el lanzamiento hace unas semanas de un explícito póster promocional -un miembro erecto, una mano manchada- que hizo arder las redes sociales. Para cuando se anunció la presencia del filme en Cannes, fuera de concurso, entró automáticamente en la lista de platos fuertes del certamen.
«En cuanto se menciona la palabra pornografía la gente se asusta», lamentó ayer Noé. «Posiblemente prohíban la película para menores de 16 años, pero si yo formara parte del comité establecería el límite en los 12 años», añadió haciendo valer su condición de provocador, aunque algo hay de cierto en su mensaje y es esto: no hay para tanto.Love incluye muchas escenas de sexo, explícitas y muy variadas -sexo heterosexual, homosexual y transexual; penetraciones vaginales, masturbaciones recíprocas y eyaculaciones que por obra y gracia del 3D salen despedidas de la pantalla hacia el espectador-, pero nada que debiera escandalizar a un adulto leído.
Asimismo, y a diferencia del cine porno que ninguno de nosotros ha visto jamás, no ha sido concebida como mera maratón de posturas y fluidos. Uno de sus protagonistas, un aspirante a cineasta que puede contemplarse como un alter ego de Noé, asegura en un momento de la película que su sueño es dirigir una película de sentimientos con sexo, y ese parece ser aquí el objetivo.
Carga emocional
Sin duda Noé es consciente de que, a menos que su objetivo sea estimular un orgasmo, contemplar sexo en pantalla es algo increíblemente aburrido por mucho empeño que le pongan los que lo practican. En una película como La vida de Adèle (2013) por sí solas las escenas de cama tienen un interés residual. Es la carga emocional que acarrean lo que importa. Hasta ahí la teoría.
La referencia a esa demoledora historia de amor lésbico -recordemos, Palma de Oro hace dos años- tiene sentido porque, como ella, aquí Noé trata de acompañar a una pareja desde que se crea hasta que se destruye. Cierto que para ello no recurre al orden cronológico sino a constantes saltos atrás y adelante en el tiempo, y que ello la emparenta más cercanamente a Nine songs (2004), de Michael Winterbottom, que por cierto tenía un metraje de 71 minutos. Love -y entramos en la práctica- dura dos horas y cuarto.
Cualquier director necesita muy buenas razones para prolongar hasta tal punto una película, y el problema es que Noé no parece tenerlas. Entre coito y coito suceden cosas pero no son particularmente interesantes, sobre todo porque quienes las protagonizan no son personajes sino meras presencias abstractas, carentes de contornos, historia y psicología. Que los diálogos que Noé pone en sus bocas sean ingenuas generalidades sobre el amor y el deseo no ayuda; que los actores que los interpretan sean unos incapaces, tampoco.
¿Por qué seguimos hablando de Irreversible 13 años después? Por su afán experimentador, su virtuosismo formal, sus demoledoras conclusiones sobre la imposibilidad de justicia. La controversia generada por la cabeza aplastada, por la violación salvaje, son solo ruido, el tipo de ruido que se apaga rápidamente, el ruido que da aLove su razón de ser.
Fuente: news-republic.com